Como regalo de cumpleaños, Rosana le da dos corbatas a su hijo, una de color rojo y una amarilla. Rúben toma la roja, se la anuda al cuello y se mira varios segundos en el espejo. Rosana lo sigue y le pregunta: -¿Qué tenés contra la amarilla?
Rúben vacila en su caminar hacia la puerta pero le contesta: -Nada, no tengo nada en contra de la otra, sólo que este color me gusta más. Satisfecho con su respuesta hace un ademán para partir. Iba a lucir esa corbata en el cumple de 15 más esperado en mucho tiempo por diversas razones, pero su madre no tenía por qué saberlo. Faltaban sólo dos días para el evento.
Rosana insiste: -Me parece que con ese traje que vas a ir combina más la amarilla. Ese color le traía recuerdos de su juventud que le gustaban, ese amarillo la hacía sentir romántica y estaba convencida que a su hijo le sentaba mejor.
Rúben trató de no discutir porque sentía que cuando lo hacía su madre siempre trataba de sacar ventaja y esa actitud lo ponía realmente mal. Últimamente había tenido varios roces con ella por asuntos de dinero y no quería que nada ni nadie lo alteraran. Iba a ir a esa fiesta con la corbata roja y se acabó. Así quería ir. Y él sabía por qué.
Llegó el sábado, Rúben se despertó contento y repasó mentalmente todo lo que quería que pasara en la fiesta. Mariana su gran amor, la que cumplía 15 lo había elegido para que formara parte del cortejo de entrada junto a otros amigos. Iban a ir todos de corbata roja con un clavel rojo que les darían apenas ingresaran al salón. Tenían que ser puntuales, a las 9 de la noche; Mariana entraba quince minutos después.
A las 7 de la tarde entró a bañarse, estuvo más de media hora en el baño poniéndose esa gomina costosa para ablandar los rulos y ese perfume reservado para la ocasión, cuando terminó se dirigió al cuarto a vestirse. Estaba animado y contento. Todo trajeado se dispuso a ponerse su corbata roja y no la encontró. Buscó, revolvió, estaba seguro dónde la había dejado. Trató de no gritar de la bronca que tenía pero todo fue inútil. Movió todo el ropero y la cómoda para ver si se había caído. Nada, no estaba. Tampoco Rosana para preguntar.
La que si apareció fue la corbata amarilla delicadamente puesta en una silla del comedor. Esperándolo.