Toto y doña Chela habían ido hasta la ciudad a proveerse de víveres, iban en la Studebacker caja de madera y capó rojo que usaban como ”todoterreno”. Esa camioneta les había permitido hacer varias visitas a Punta del Este a la casa de una prima, a Paysandú y también a algunas playas de la Costa de Oro con la familia. El Viejo don Teodoro regenteaba siempre casi todo, por algo era el patriarca indiscutido de esa familia numerosa, sí se contaba en ella, peones de confianza, pocos pero bien montados como solía decir él. Esos víveres servirían para ir una semana a una de las playas y así abaratar costos. Toto vivía dedicado al trabajo pero siempre con la supervisión del Viejo. Esa visita, que iba a efectuarse en dos o tres días, tenía contentos a todos y en especial a Mulata que iba como referente de la gurisada. Ella había empezado a acomodar ropa de playa para todos; era una época que ni siquiera se hablaba de protectores solares, no existían, menos de la capa agujereada de ozono. Muchos trajes de baños y salidas de felpa para salir a la costa oceánica no, al Río de la Plata ancho como mar. Sin embargo, ésta era una rara ocasión, iban a una zona de Rocha de visita, al Parque Nacional de Santa Teresa. Don Teodoro había insistido con que era una zona especial y que tenían que conocer la Fortaleza de Santa Teresa ubicada en la costa atlántica entre Punta del Diablo y la Coronilla con un parque administrado por el Ejército Nacional del Uruguay. O sea ya no sólo visitarían un gran Parque, iban al océano mismo, más concretamente a la zona costera de Las Achiras. Don Toto, a través de un amigo había alquilado una cabaña bastante cerca de la playa. Por fin llegó el ansiado día de partida, los gurises atrás en la caja de la camioneta, en donde se había puesto un toldo como protección junto a Mulata, más valijas y víveres perfectamente organizados. Adelante manejaba don Toto, acompañado por doña Chela y la tía Irma su hermana mayor. Demoraron en la llegada a la cabaña unas diez horas pues habían parado para cargar gasolina y reponer piernas. Hubo que subir a gritos a Eduardo que se había adentrado en un camino vecinal cerca de la ruta. Cuando subió a la fuerza por su padre, Beatriz no pudo reprimir una carcajada y comentar:

-Ya empezaste dando trabajo, no siiiigaaaas asiiiiií porque se te vaaaaa a complicaaaar y nos vamos a joder todos. (Carcajada general )

El viaje continuó sin novedad hasta la llegada a la cabaña, gracias a un mapa casero confeccionado por el amigo de don Toto. La cabaña en cuestión tenía tres habitaciones repartidas por tabiques finos de madera, cocina y baño independientes. Un jardín bastante mal cuidado y un fondo donde había una pileta para lavar la ropa y una cuerda para tender.

Beatriz y Gustavo querían conocer, además de la playa, un lugar señalado como el Rosedal que tenía muchas especies de rosas pues el viejo amigo de su padre les había comentado al respecto.

Eduardo quería ir a la playa, pero también a un lugar que le decían la Pajarera donde se desarrollaban especies en peligro de extinción. Eduardo a escondidas había llevado su honda casera y soñaba con abatir algún pájaro. La fina arena de la playa y la poca gente que había hizo las delicias de todos. Sin embargo el último día una ola impetuosa robó la dentadura postiza de la Tía Irma. Hasta que no regresaran a buen puerto Tía Irma no hablaría más y por supuesto, tampoco sonreiría.

Don Toto también tuvo de lo suyo, sentado debajo de una palmera contemplando el horizonte se levantó de la misma a escasos tres minutos, picado por un hormiguero de hormigas coloradas lo que le produjo un picor en las nalgas que ni la pomada Dr. Selby le sacó. Estaba comiendo huevos duros y se atragantó feo. Doña Chela se había insolado pues se le había volado el gran sombrero de protección de alas bien anchas. Beatriz y Gustavo habían conseguido días antes del regreso que los llevaran al Rosedal y sacar, sin que nadie se diera cuenta media docena de rosas, hasta que los persiguió un guardia gritando que”eso estaba prohibido y otras sentencias”. Obtuvieron una buena reprimenda de Mulata que a su vez los había acompañado.

Eduardo consiguió ir a La Pajarera. Primero metió los pies en una de las lagunas para cruzar un puente colgante acompañado por Mulata. Cuando llegó y vio tantos animales deambulando libremente no pudo reprimir su alegría, sacó su honda imaginando era un soldado que marchaba al frente y comenzó a disparar sin ton ni son. Mulata no podía pararlo y pegaba gritos para que don Toto se diera cuenta, éste estaba del otro lado del puente contemplando el horizonte y rascándose las posaderas. Estaba ensimismado hasta que vio pasar a dos guardias que se dirigían hacia su hijo mayor y Mulata. El viaje de regreso a la estancia demoró unas cuantas horas más por la declaración que tuvo que hacer don Toto y doña Chela para sacar a su hijo de la oficina de la Guardia. Eduardo seguía agarrado de su honda y en la otra mano le colgaba un ave exótica. Vacaciones en familia inolvidables.