Finalizaba la primavera, en la estancia habían empezado a plantar algunos brotes de hortensias que tanto le gustaban a doña Chela; Mulata andaba de aquí para allá llevando ya las plantas arraigadas y teniendo en cuenta la parte más sombría del jardín. Ayudaba el peón Manuel, contento de prestar ayuda y estar cerca de ella, su querida Mulata. Luego de aquel episodio en el cual Manuel le había prometido llevar la carta al abuelo, al Tata Ignacio, y no había cumplido la misión, el peón sentía a veces una ligera satisfacción pero también algo de desasosiego parecido a la culpa. La tenía cerca, Mulata querida, no iba a poder irse con su familia de origen, iba a estar siempre cerca y quizá…en algún momento vaya a saber qué… quizá pasaría algo entre ellos. Esa situación de pensamientos encontrados y cambiantes producían en Manuel inquietudes que le impedían dormir la siesta “robada”, con total naturalidad. Pero ahora; ahora… era otro momento. Seguía las instrucciones de bajar de la camioneta varias plantas que Mulata le indicaba a pie juntillas. En una de las veces tropezó con una piedra grande que había en el borde del jardín, trató de remediar su error pues había agarrado de a dos plantas que se habían caído y desparramado junto con él. Imposible que Mulata no se diera cuenta, él sintió la punta de la bota de goma negra de ella en su costado izquierdo y una voz que le decía: -Qué te pasó?. Pero mirá que sos zonzo… Y ahora cómo la arreglamos?
Manuel con vergüenza respondió: -No te preocupés por nada mija… ya las tiramos por ahí y nadie se va a dar cuenta…
Mulata lo miró rencorosa y le dijo a viva voz retirándose del lugar: -A vos este sol te está haciendo mal, las tienen contadas! Cómo las vas a tirar, a esconder? Tas loco, tas…
Manuel se levantó con algo de dolor y se dispuso a esconder la tierra y los brotes, fue a buscar la carretilla chica y con una escoba de paja y una pala gastada de tanto uso, juntó casi todo lo que pudo y vio que la piscina todavía no estaba llena y le quedaba cerquita, fue y tiró lo que quedaba de esos brotes con tierra y macetas, dio media vuelta y se borró de la vista de todos, incluida Mulata.
Mulata terminó la tarea, quedó muy cansada y se dispuso a merendar con Beatriz y Eduardo que ya había regresado de la escuela. Puso a armar los bollos, sacó la leche casi recién ordeñada y dispuso la preparación. A la hora estaba todo en orden en la cocina y los gurises, incluído Gustavo que había tomado una pequeña siesta, estaban alineados en la mesa chica de color verde de la cocina, comiendo casi todo y bebiendo de los tazones, salvo Beatriz que tiraba el contenido en el fregadero porque no le gustaba la leche, tenía una habilidad especial para hacerlo. Sólo Mulata era cómplice en esa maniobra, nadie más. Manuel apareció por la cocina como quien no quiere la cosa y pidió un tazón y un bollo; Mulata le acercó lo pedido pero también le preguntó bajito: -Mirá que yo ya terminé hace rato de plantar los brotes, espero que hayas podido juntar y arreglar lo que hiciste… sino me van a culpar a mí y esta vez nooooooo. No la llevo…
Manuel respondió pavoneándose: -Todo en orden mija, ya las planté.
Mulata no respondió pero olía la mentira, sabía que Manuel a veces se pasaba de la raya por la confianza que le tenían los patrones, sobre todo el viejo Teodoro. No dio más importancia al asunto porque tenía que resolver antes que llegara el viejo, el llenado de la piscina que demoraba bastante. Presurosa después de dejar a los gurises en sus juegos se dirigió donde estaba parte de la peonada para pedirles primero la limpieza con detergente, amoníaco, mangueras y cepillos para luego llenarla, eso iba a insumir parte del día, pero eran órdenes estrictas de don Teodoro para utilizarla el fin de semana que iba a aumentar la temperatura. Ciro, uno de los peones más baqueanos empezó a putear y a decir: -Esto está más sucio que de costumbre Mulata! Acá en la esquina hay tierra y unas macetas de plástico. Alguien tiró esto hace poco, hoy temprano no estaba… la pucha que dan trabajo estos guachos…
Mulata fue en busca de Manuel pero no lo encontró. Sabía lo que había sucedido, había que limpiar rápido porque don Teodoro iba a andar por ahí. Doña Chela también vendría en cualquier momento y no tenía ganas de pensar y responder por algo que no había hecho. Buscó y buscó a Manuel por varios lados, todo inútil… no aparecía. Se dedicó a ayudar con la limpieza y a alejar a los gurises para que no vieran lo sucedido y no empezaran con preguntas. Pudieron solucionar la parte de la limpieza entre dos o tres de los peones que por suerte estaban sin tarea prevista. Ahí Mulata comenzó de nuevo la búsqueda de Manuel. Nada, se lo había tragado la tierra. Apareció el viejo y miró con sorna a los peones como limpiaban y aprontaban los dispositivos del llenado de la piscina.
-Está quedando bastante bien… Hay que llenarla así la aprovechan los gurises que se viene el calorcito.
En ese momento doña Chela apareció en el jardín y llamó a Mulata para preguntarle por las plantas y si había terminado con la encomienda. Mulata le dijo que sí y se retiró apurada del lugar mientras pensaba: “que no se dé cuenta, es poquito lo que falta…”
Manuel recién apareció a la noche con la cabeza gacha y con pinta de haber tomado algo fuerte porque babeaba un poco y caminaba medio chueco cantando:
-“Viene el jineteeeee cansaooo de cabalgarrrr y se cruzó el poncho pampaaa pa dormitarrrrr…”.