Beatriz andaba de capa caída porque ese día se había levantado tarde, de mal humor y sin nada de creatividad. Mulata hace rato que andaba en la vuelta y sabía de esos “humores tardíos”. Pensó rápido cómo entretener a esa niña imaginativa para no meterse en líos.
-Beatriz ayudame con la cocina para arreglar estas ollas y guardar los cubiertos que andan desparramados…
-Conmigo no cuentes Mulata, me tenías que haber llamado antes. En un rato nos vemos…
Mulata dispuso la tarea del arreglo en la cocina y no pensó más en el asunto. Que pasara lo que tuviere que pasar. Bastante con todo lo que tenía que lidiar. Gustavo, sentado en una sillita frente a ella contemplaba la escena mientras se pasaba la mano por el pelo, costumbre esa que Beatriz le había enseñado para dejárselo bien liso.
Mulata estuvo una hora ordenando y Gustavo, dócil como siempre no se movió de ahí. De repente, Beatriz entra como una tromba, lo baja de la silla y le dice muy segura a Mulata:- Vamos a dar una vuelta y te lo traigo…
-No anden muy lejos que hay unos perros que se le escaparon al vecino y no son buena junta.
Beatriz quedó encantada con la noticia, se imaginaba que armaba un circo, lo ponía a Gustavo de espectador, quizá hasta algún peón se prestara y domaba esos perros que a ella, ahora, se le antojaban leones. Eduardo apareció en la vuelta porque ese día no había clases en la escuelita rural, la única maestra no iba en esa semana por enfermedad y no había suplentes. Eduardo siguió a Beatriz y Gustavo sin ser convidado. Beatriz llamó a Manuel y le pidió arrimase unos tablones y las sillas chatas de madera. Armó el escenario circense, sentó a Gustavo y Manuel en las dos sillas y antes de subir a los tablones se acordó de algo que faltaba y les dijo:- No se muevan de acá que ya traigo algo más.
Corrió hacia su cuarto, sin que Mulata la viera y buscó varias cintas de colores brillantes que le había pedido hace un tiempo a su mamá. Esta vez las iba a estrenar, iban a ser los látigos para domar a esos leones. Cuando regresó vio que sus espectadores estaban quietitos, demasiado quietos para su gusto. Estaba llegando a su montaje cuando divisó a Eduardo que traía dos perros a la rastra que no paraban de gruñir.
-Beatriz acá te traje las fieras estas para ver si podes domarlas…Una se llama, se llama…(rascándose la cabeza ) Plumita, pero ojito que es cruza con cimarrón . Ahora te la largo a ver qué hacés con esas cintas que traes ahí…
Manuel dio la vuelta sin que Eduardo se diera cuenta, ofuscado por la conversación y lo que pudiera pasar y Gustavo quedó con la cabeza inclinada y su tic de tocarse el pelo pero ya no para alisarlo, sino por miedo a lo que pudiera acontecer. Beatriz quedó paralizada unos segundos por la situación, pero corajuda e inconsciente como era le contestó a Eduardo:
-Largala a la Plumita esa, vas a ver…
Plumita de repente se vio agarrada de atrás por Manuel y sujetada muy fuerte pero el otro perro se abalanzó sobre Beatriz que corrió, corrió y corrió como nunca recordaría en su historia de vida. Perdió una bota pero siguió en la carrera loca hacia un refugio seguro mientras sentía las carcajadas de su hermano mayor. Se metió en la pieza de la peonada, que era lo más cerca que había y ahí los peones entendieron la situación y salieron rebenque en mano para sujetar al animal. Lograron concretar la faena y Beatriz, con una bota menos, sin demostrar el orgullo herido salió de lo más oronda conservando todavía las cintas de colores y diciendo a viva voz:
-Eduardoooooo, ojo que si Manuel suelta a Plumita el que está más cerca sos voooos, cuidateeeee.
Fotografia: Colección Aníbal Barrios Pintos