La piscina estaba vacía, era profunda y se bajaba por una escalera de piedra de cinco escalones. Beatriz tenía a Mimosa consigo. También a sus perritos recién nacidos. Estaban todos en la parte más profunda; escondidos del abuelo. A Teodoro no le gustaba ver cachorros recién nacidos. Ya había pasado una vez, cuando Mimosa, Border Collie de suprema habilidad para el pastoreo, había tenido una camada de cuatro. A Teodoro le agradaba la perra por su destreza con las ovejas Corriedale pero si quedaba preñada de un perro de otra raza se enojaba mucho. Era un tipo práctico, huraño de a ratos y no consentía mucha cosa.
La primera vez que Mimosa tuvo su camada, Beatriz y Eduardo su hermano mayor los vieron sólo un rato; al otro día no había rastro alguno de los recién nacidos. Mimosa, en esa oportunidad se había enamorado de un perro cruza con cimarrón, negro y feo. Eso, según el abuelo podía suponer cualquier tipo de cría. Las conversaciones se daban luego del almuerzo en las cuales los gurises paraban la oreja y escuchaban…
En esa ocasión preguntaron a Mulata que había pasado y ésta, tartamudeando les comentó que a los perritos los habían repartido porque “habían salido mal”.
-¿Cómo que salieron mal? Preguntó Eduardo
-Y…no eran puros, eran cruza con ese otro perro feo de los vecinos, los Montesano…
Beatriz a su vez preguntó:- Pero que tiene que ver que eran cruza…no entiendo.
A pesar de su corta edad Beatriz era una niña avispada, rebelde y contestaba siempre de una manera muy impulsiva según los demás miembros de la familia. El asunto de esos cachorros cruza fue uno de los primeros problemas que tuvo Beatriz con su abuelo Teodoro, se le paró enfrente y le preguntó directamente donde estaban.
Teodoro estaba armando una chala y la mandó para el cuarto:- Haga caso y no se meta, la Mimosa es mía y sé lo que hago.
Con rabia se fue arrastrando los pies y puteando bajito.
Al tiempo se enteró por uno de los peones al cual le prometió doble ración de dulce de leche, la suerte corrida por esa camada; el peón no necesitó muchas promesas para contarle que los habían metido en una bolsa de arpillera y los habían tirado al tajamar. Quedó pálida, no podía entender esa maldad del abuelo.
Beatriz se había prometido que ahora eso no pasaría, que ese horror que la rondaba por las noches, el ver el saco revoleado cayendo hacia el tajamar no iba a suceder más. Agarró a Mimosa y la metió bajo su ruana y a los dos perritos. Mimosa inquieta le mordisqueaba los dedos. Beatriz envalentonada sabía que la vendrían a buscar para tomar la leche, cosa que ella detestaba, nunca le gustó la leche, hacía como que tragaba y después escupía casi todo. Sí le gustaban los bollos horneados con canela o dulce de leche casero. Detuvo su pensamiento y escuchó el grito de su madre, de Chela. Se la imaginaba buscándola y agitando los brazos. Sonrió, sabía que ese era un lugar difícil para buscarla. Generalmente tapaban la piscina en primavera, pero esa vez no. Había escuchado una discusión entre sus padres por ese tema.
-Es un peligro no tapar la piscina, se puede caer cualquiera de los gurises en la parte profunda Toto. No te das cuenta ¿verdad?
-La semana que viene quedaron de venir y ahí se tapará. No creo que los gurises sean tan zonzos como pa jugar cerca o meterse adentro. No va a pasar, no te preocupes más mujer.
La discusión había finalizado con un portazo de la madre y una puteada del padre.
Y ahora, ahí estaba ella, Beatriz la ingeniosa, sabiendo que era el lugar menos pensado para buscarla y encontrarla. Sin embargo no tenía un plan. Lo único seguro era estar ahí y dejar que el tiempo pasara. Pensar que el abuelo iba a aceptar a los cachorros y que lo que había sucedido era producto de un mal sueño. Sí. Todo se iba a arreglar.
Lo que no previó Beatriz fue que también Teodoro la andaba buscando y ya estaba atardeciendo. Empezó a sentir frio, después de todo era primavera y el viento en esos lugares se hacía sentir. Sintió los pasos bruscos del abuelo.
-Beatriz, Beatriz…¿dónde estás? Déjate de macanas y aparecé. Hace rato andamos en la vuelta…
Chela seguía también gritando pero ahora con un dejo de preocupación:- ¿Dónde estás? Dale Beatriz aparecé por favor.
De repente Beatriz sintió la luz de la linterna del abuelo que le daba en plena cara, apretó más los perritos y a Mimosa contra sí y sintió un ruido y un grito…
-La puta… Me caí…gurisa de mierda.