Doña Chela consideraba que tenía demasiados quehaceres en esa casa grande en el campo y que a veces los gurises no estaban bien atendidos. Mulata era una ayuda eficaz pero siempre era preferida, a pesar de su corta edad, en la cocina. Eduardo, Beatriz y Gustavo todavía no estaban en edad escolar.

Había un rumor que circulaba entre la peonada que el año próximo posiblemente se mudaran a la ciudad, cuestión que preocupaba bastante; a Eduardo por ser el mayor le habían reservado un lugar en la escuela rural más cercana para el año próximo. Pero…las dudas persistían.

Una tarde Manuel apareció en la camioneta Studebaker, la de capó rojo con caja de madera, con una señora algo mayor. Los peones, Mulata y los gurises no sabían quién era ni que había venido a hacer.

Doña Chela la recibió muy afanosa y le indicó el ingreso a un cuarto que tenía reservado desde el día anterior. Los gurises y Mulata siguieron los pasos para enterarse de los detalles. Beatriz comenzó a gritar:- ¿Quién esssss?

-Se llama Inés y desde hoy se va a hacer cargo de ustedes porque con Toto tenemos mucho trabajo y quiero estén bien cuidados. Esa fue la contestación de doña Chela y sanseacabó. Eduardo dio media vuelta y se fue muy malhumorado, Beatriz se puso a preguntarle cosas a la señora Inés: edad, donde vivía, si le gustaba jugar, si se iba a quedar mucho tiempo, bla bla bla hasta que ingresó el viejo Teodoro y repartió a todos para diferentes lados y se presentó.

-Este establecimiento se llama “Las Palmitas” y usted se va a encargar de tener bien vigilados a estos gurises que son la “piel de judas”… ¿me entendió?

Inés respondía a todo que sí, que para eso había sido contratada y que si se le permitía iba a acomodar su ropa que traía en una pequeña valija marrón; cuestión esa que el viejo no dio mayor importancia.

Beatriz con Gustavo pegado a sus faldas seguía desde una prudencial distancia todo el discurso y el accionar de Inés, tenía una pequeña gran aventura en puerta, sonrió para sus adentros.

Fue a buscar a Mulata y le preguntó dónde tenían guardadas las botellas que tenían yuyos. Mulata la miró de arriba a abajo y le dijo muy ceremoniosa que no sabía, se dio media vuelta y se marchó. Beatriz la siguió y le volvió a preguntar el lugar. Mulata esta vez ni se dignó contestarle porque conocía bien a Beatriz y sabía que algo non sancto se traía entre manos.

Doña Chela se dirigía presurosa a la habitación de Inés la cuidadora, para impartir algunas órdenes respecto a horarios, gustos y costumbres de los gurises. Inés escuchaba atentamente las indicaciones y prometía cumplir a cabalidad con todo. En la cocina estaba toda la familia reunida para dar la bienvenida a Inés en la cena. Luego de las presentaciones, Inés fue a comer a la parte posterior de la cocina donde generalmente comía Mulata. Luego de la cena Don Teodoro se hizo servir una botella de Melissa licor que no sólo era un buen digestivo sino que creía le inducía el buen sueño. Era una de las botellas que estaba madurada hacía tres meses y alojada junto a otras como el Elixir de Menta y otra preparada en base al Laurel. También había botellas del clásico Martini preparado con ginebra y el Vermut que tanto le gustaba al Viejo pero que lo cuidaba como un gran tesoro. Beatriz estaba al tanto de todo esto porque siempre observaba todo, nada podía escapar de su mirada curiosa, aventurera y arriesgada. Mulata también sabía todo esto, generalmente era la que le alcanzaba la botella de turno a don Teodoro.

Los días transcurrían de modo placentero para Inés y los guises, pero Beatriz ya se estaba aburriendo de lo lindo con la cuidadora pues le coartaba sus movimientos. Era una señora hosca, meticulosa y un poco gruñona. Una mañana decidió poner en acción lo que había ideado en soledad. Amaneció contenta y puso en la radio música que sabía a la peonada le gustaba, buscó en el dial y dio con las vidalitas. Subió el volumen y dio unos pasos, Gustavo la seguía con mirada atenta, Eduardo jugaba con los perros afuera. Inés se dirigió a ella y le pidió bajara la música y fuera a desayunar. Beatriz que ya había descubierto el lugar de alojamiento de las botellas del abuelo tenía una reservada y escondida hacía varios días en su cuarto. Le comentó al pasar a Inés que sí, que iba desayunar y también a portarse bien, siempre y cuando la cuidadora bebiera unos sorbos de una botella exquisita que tenía reservada para ella. Inés, consciente del poder de Beatriz sobre su madre dijo que sí. Bebió en una taza de aluminio que Beatriz tenía preparada y ahí mismo surgieron más exigencias.

-Ahora tenés que bailar esta música, esta vidalita. Cuido que no venga el abuelo y después sí, te hago caso en todito.

Inés absolutamente mimetizada con la situación bebió una taza entera y se animó a dar unos pasos de baile mientras Gustavo miraba arrobado la escena. Mulata estaba haciendo mandados con doña Chela y don Toto, así que el único que andaba en la vuelta, además de algunos peones era el Viejo Teodoro.

Inés daba vueltas y más vueltas, había bebido todo el contenido de la taza y mostraba una expresión casi alegre; hasta que alguien bajó el volumen de la radio. La vidalita murió naturalmente y Teodoro hizo su aparición en el comedor exactamente a las 9 y30 de esa mañana maravillosa para los sentidos de Beatriz.

-¿Pero que hace esa señora? Gritos destemplados…

Inés ya no paraba de reírse y Beatriz ahí comprendió lo grave de la situación. La cuidadora se iba a ir pero por su culpa, había elegido justo una botella que tenía una mezcla de ajenjo; se apresuró en ese instante de fragor a tirar la botella y hacer de cuenta que no pasaba nada, que ésto era una pesadilla que no se querría despertar. El Viejo agarró con una de sus manos a Inés que no sólo no se había repuesto sino que ahora se reía a carcajadas. La situación tenía un solo final. Previsible. Se venían tiempos difíciles.