Hay unos tiempos que corren y otros que nos dejan correr y ser. No sé bien en cuál de ellos estoy. La semana pasada sentí mucho dolor, rabia e impotencia porque falleció mi amigo Juan. Estuvo internado unos cuantos días y después simplemente se nos fue. Mantuve una esperanza todos esos días pero pudo más el virus. Éste, el de la libertad responsable.

Mi amiga Rosana, su hija, no lo pudo ver ni asistir porque también estaba enferma. No entendía cómo se habían contagiado… viven en un espacio abierto y en contacto con la naturaleza. Tratamos vanamente de explicar en conjunto con otras amigas y haciéndonos las racionales, que “era imposible seguir el hilo epidemiológico” y muchas otras cuestiones. Este proceso similar, surcado por muchos de nuestros amigos, compañeros y vecinos es una transformación de aislamiento forzoso, forzado, cruel y lleno de culpas. Se interrumpe bruscamente y de manera impensable la vida de alguien. Todo cambia para sus familiares íntimos. Los de afuera, pero que también queremos a ese círculo íntimo tratamos, sólo a través de minúsculos aparatos tecnológicos de consolar y contener. No sé si lo logramos porque lo que se siente es intransferible.

Hay que transitar el duelo, hay que recorrerlo, quien sabe cuánto puede durar. Y es ahí cuando nos abrazamos a la fugacidad de la vida, a este presente efímero en el cuál ya no se puede razonar bien. Y cambian los humores, las emociones y los sentires. Queda la certidumbre que en algún momento esto que está sucediendo termine. Que las películas, la literatura que una ha visto y leído al respecto son pura ficción. Que esta pesadilla de la cuál una se quiere despertar sigue pasando, y también en vigilia. Y que no, que mañana una pensará en su cotidianeidad y esto sí o sí tiene que mejorar.

Camino casi todas las mañanas por la rambla en ciudad vieja y veo cada vez más personas que duermen como pueden, al costado y atrás de dios si es que existe. Esta degradación en aumento y bien constatable hiere, sacude e indigna. Esto también es consecuencia, en parte, por esta enfermedad. Hay que tratar de correrse de conceptos naturalizados en estos tiempos que corren.

Quiero una vida distinta, que sea con mucho abrazo, muchos besos, muchas palabras dichas de cerca, bien cerquita y también que se nos vuelva la mirada más crítica, se nos vaya esta dispersión y recuperemos la conciencia política de que la libertad individual no es tal si no se construye de manera colectiva. Y que los dolores sólo se comienzan a ir también en construcción, pero de muchos y muchas.

Me duele Juan, pero me consuelo pensar en su risa generosa, sus brindis excepcionales, los viajes compartidos y los cumpleaños con tanta dedicación familiar y tanta vecindad de amigos y amigas. En definitiva eso somos y a eso aspiramos, al reconocimiento del otro. Y yo reconozco que Juan descansará en paz y la vida continuará, esa vida distinta que deseo.

Nota de la Redacción: va de suyo, esto no es una entrevista, son sentimientos hechos palabras.