Venía cabizbaja, su caminar era más pesado que de costumbre. Era un día primaveral de bastante viento y sol de a ratos, daban las tres de la tarde en el reloj cucú no sólo porque así lo decía el reloj sino porque justo se asomaba el cuclillo tres veces seguidas. Odiaba ese pajarraco que recordaba cada media hora los momentos en que se sucedía la jornada. Cada tanto, cuando estaba dentro de la casona escuchaba el canto. A Mulata no le gustaba; nadita.
Sabía que había que esperar la llegada de doña Ema, vecina de hace muchos años pues los patrones y la gurisada habían ido de paseo. Ella se había quedado con un encargo de Doña Chela respecto a entregarle unas telas compradas en la ciudad para la vecina. Salió del comedor y esta vez no hubo reverencias frente al espejo largo ni ninguna monería. Fue a buscar las telas que estaban aprovisionadas en una caja de cartón en el cuarto contiguo al baño. Abrió la caja, miró y tocó las telas. Pensó y sintió la suavidad de las mismas y las volvió a guardar con prisa. Ema iba a venir como las tres y media, eso le habían comunicado. Pudo más su curiosidad y volvió a abrir la caja, sacó las telas, se empezó a adornar y a vestir con ellas, fue hasta el espejo y se contempló mientras ensayaba pasos de baile que Beatriz le había enseñado. No sintió el reloj cucú ni su pajarraco pues estaba jugando a aventuras de princesas, duendes y demás. Había terminado su andar de cabeza baja y ahora reía a carcajadas contemplándose las polleronas y el turbante que se había armado. En un giro cayó pero siguió riéndose hasta que escuchó la voz de Ema que le decía: -Gurisa, ¿qué hacés?
Sorprendida, se desprendió lo más rápido que pudo de su atuendo y comentó haciéndose la distraída: -Estaba viendo lo elegante que va a quedar con estas telas…
Dejó todo ordenado en la caja nuevamente y se la entregó a doña Ema. Ésta le dijo, con acento circunspecto: -Mulata, si las telas se ensuciaron voy a tener que comentarle a tus patrones. Dicho esto, pegó un taconeo y se fue.
Mulata la detuvo entre la puerta principal y la portera y le dijo alzando los hombros:
-Sólo estaba jugando un poco… ¿no se puede?
-Sí, pero hubieras estado atenta a la hora, ya son cerca de las cuatro…
Miró como se iba Ema, contempló el frente y sólo vio a Manuel, su amigo el peón, que andaba en la vuelta entre los pastos seguido de dos de los galgos chicos.
Mulata, sola ahora en el comedor, agarró una escoba bien grande y esperó a que el pajarraco saliera dando las cuatro. Cuando asomó lo metió bien adentro de un escobazo diciéndole:
-Esto te pasa por bicho malo, ahora no vas a cantar más, te jodiste…