Mulata se despertaba a esa hora siempre. Seis de la mañana. En todas las estaciones. Esta vez clareaba porque era principio de verano. Sólo le ganaba el viejo Teodoro y la peonada que se levantaban a las cinco. Ella a tranco lento pero seguro, se dirigió a la portera para abrir y dejar pasar a un peón que tenía tareas pendientes fuera del predio. Mimosa se enroscaba entre sus piernas y ella, prudente como siempre, le decía: -Vaya a su cucha que todavía es temprano. Lo comentaba en voz alta y firme para que el viejo Teodoro escuchara. Sabía que no le gustaba que Mimosa anduviera con ella, lo sabía a pura intuición.
Esa mañana perfilaba distinta; había algo en el aire que no le cerraba pero siguió haciendo sus labores habituales, sacaba los huevos del gallinero en un gran cesto, los alineaba en la cocina, hervía la leche para el segundo desayuno dela peonada y el viejo, que estaban a puro mate y galleta de campaña y los iba llamando a medida que preparaba los tazones. Servía todo en una gran bandeja que a veces la hacía tambalear. Puso paso decidido y salió bien de esa faena. Era de los pocos momentos que los peones ingresaban a la cocina. Entre ellos se destacaba un mozo nuevo, joven, veintipocos años con pinta de recio y voz grandilocuente. Se llamaba Horacio, se había conchabado hace menos de un mes y pocos días para trabajar de domador, más otras tareas menores. No había muchos caballos en esa estancia sin domar pero hace poco tiempo habían adquirido dos criollos que eran muy bravos, una potranca lobuna y otro tostado casi color rojizo. Horacio era el encargado del dúo. Mulata enseguida se dio cuenta que domador era, pero de los flojitos. Y además raro, siempre miraba todo con aires de desconfianza. Pensaba que era extraño que don Teodoro no se hubiera dado cuenta. Dispuso los tazones con lecha y cebada, el pan recién horneado y emprendió rápido la retirada de la cocina, hacia el comedor.
Ya estaba casi en la puerta cuando Teodoro le pegó el grito: -Pa donde va usté que se le olvidó servir al Horacio. Hágame el favor y le pone una taza …
Ni se excusó, fue hasta la cocina a leña y batió la leche hasta hacerla casi crema y sirvió otro tazón mientras pensaba que iba a decir de su olvido. No necesitó explicar nada porque cuando dio la vuelta Horacio estaba detrás muy zalamero diciéndole: -Cómo te pudiste olvidar de mí Mulatita querida. Le dio la taza y se abrió paso como pudo roja de vergüenza.
A solas en el campo y al aire libre refrescó su cabeza y emociones y se dirigió a la parte de atrás de la casona para plantar unas hortensias que doña Chela le había pedido. A estas alturas ya eran como las nueve y treinta dela mañana. Estaba con la pala cavando para poder meter las semillas cuando disimuladamente se dio vuelta y contempló a Horacio que se dirigía a los cuartos principales. Dejó todo y como un susurro y con los pies silenciados le siguió. El mozo en cuestión iba justo a entrar al cuarto de don Teodoro. Este cuarto hubiere sido monacal de no estar la caja fuerte verde con manija dorada en la cual el viejo guardaba efectivo, joyas que habían sido de su mujer y documentos varios. Mulata pensó rápido y sabía que iba a robar, qué… no sabía, pero que iba robar sí. Se asustó y pegó un grito, el peón se dio vuelta la agarró del pescuezo y le dijo bajito: -No te hagas la viva porque no respondo, calladita te quedás. Quieta ahí y no te va a pasar nada.
Mulata quedó dura en medio del cuarto mientras el mozo se metía dinero y alguna joya entre la camisa y campera. Cerró diestramente la caja fuerte y mirándola a los ojos le dijo: -Esto es entre nosotros…nadie sabe que abrí la caja fuerte ni van a sospechar de mí. Así que si te ponés arisca no contas el cuento…cállate, te conviene. Nadie te va a creer. Y capaz hasta te echan la culpa .
Mulata empezó a temblar como un junco enloquecido por el viento y a rezar bajito, quién le iba a creer. Ese mozo Horacio, en un mes y pocos días se había hecho querer por don Teodoro y parte de la peonada, era un gran simulador, todo un estafador.
Se recompuso y dando media vuelta fue a otro cuarto a despertar a los gurises que habían dormido más de la cuenta. Eduardo se despertó alunado y gritaba por su desayuno. Beatriz y Gustavo ya estaban jugando con las manos al”ta te ti suerte para ti”.
A los dos días del robo y con los caballos ya domesticados Horacio se despidió argumentando que lo esperaban familiares en Young con algún problema de enfermedad. Teodoro todavía no se había dado cuenta del faltante. Cuando le fue a pagar esa quincena sacó billetes de su bombacha le hizo firmar un papel y lamentó su partida. Lo había engrupido. Lo hizo llevar hasta el pueblo en la Chevrolet de caja de madera y capó color rojo. Mulata dormía mal pensando que tarde o temprano el viejo se iba a dar cuenta del robo y lo que podría pasar. Al otro día de la partida del domador se escuchó al viejo Teodoro gritar:-La puta madre me han robado, se llevaron plata y el collar de Amelia…
Enfurecido golpeaba muebles del cuarto. Cuando salió, reunió a toda la familia incluidos los gurises y la peonada y empezó la investigación por su cuenta. Dio un largo discurso sobre los valores y terminó hablando del robo. Miraba a Mulata fijamente.
Manuel, uno de los peones se animó y le dijo: -Don Teodoro fue ese mozo, el Horacio…
Mulata no abrió la boca pero por dentro pensaba que sí, que el viejo Teodoro le iba creer a Manuel porque hace años vivía ahí y era de extrema confianza.
-Lo vi irse muy apurado y muchas veces lo vi mirar dentro de su cuarto don Teodoro. Créame ese muchacho no era de fiar. Doña Chela se metió también y comentó que varias veces lo había visto en el cuarto pero que no se metía porque pensaba era por encargo.
El patriarca se calentó más todavía, sacó una chala y se puso a armarla. Lo habían cagado bien.
Mulata por dentro seguía ensayando rezos y más rezos. Se había salvado.