A Cecilia la conocí gritándonos de balcón a balcón. Rápidamente intercambiamos números de móviles. Así surgió esta charla en su armonioso apartamento donde conocí a una persona llena de calidez y valores.
Mi nombre es Cecilia Laborda tengo 49 años, nací el 25 de setiembre de 1971 y hace muchos años que vivo en Ciudad Vieja. Al principio me impresioné bastante pues era muy oscuro, literalmente hablando, después salió lo de las cámaras e hicieron a este barrio como uno de los más seguros de Montevideo, en el gobierno anterior. Ahora está todo muy complicado, pero me gusta igual, tiene sus cosas diferentes, ni lindas ni feas, distintas.
-En este apartamento veo muchas cosas recicladas, cosas hechas en piedra ¿cuál es tu profesión?
Soy artista egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes, escultora.
-¿Te dedicaste en algún momento a esa profesión?
Cuando estudiaba hice una muestra en Cuba, viaje también a Israel, hicimos muchos recorridos por ciudades pequeñas de nuestro país, he participado en varios concursos, pero no es rentable para el artista, el artista tiene que ir y pagarse todo, no es rentable vivir del arte, por lo menos para mí.
Una vez me dijeron: es inversamente proporcional, el ser buena gente y ser buen artista.
-¿Tiene que ver con la sensibilidad?
Tiene que ver con un machismo arraigado en la zona del arte, cuando estudiaba no había equipos docentes conformados por mujeres, estaban liderados por hombres y cada tanto tenían una ayudante mujer, las mujeres docentes no estaban a la cabeza de los equipos… Estaban en un plano secundario o terciario.
Algunos docentes, luego que egresé me enteré que habían sido denunciados por acoso. La generación de 30 años, es más sincera, no se deja avasallar y eso a mí me encanta.
-Contame algo más de tu historia…
Nací en Rio Negro, me traen a los 6 meses ya los 4 años me regreso a Río Negro por problemas familiares, plena dictadura. Tengo dos hermanas, cuando me vine para Montevideo me separaron de ellas y las volví a reencontrar recién a mis 40 años. Vivía con mi abuela y mi madre en la calle General Flores. Un día ella me preguntó: ¿te quedas o te vas? Y yo dije: me voy, y me subí a un auto con mi abuela (entre risas). Yo ya a los 4 años decidía, si es que se puede “decidir” a esa edad a dónde quería ir y con quien, me fui con mi abuela materna.
-¿Qué recuerdos tenés de esa época?
Siempre andaba con mi abuela, mi tía había tenido un accidente grave, con un camión militar que la “llevó puesta“ cuando iba en la ambulancia a tener familia, perdió los hijos, y también el marido. Sucesivamente iban pasando cosas, que yo, al irme afuera perdí la cadena de las cosas que pasaban acá, en el interior era más light. Yo llegué afuera con unos patines que me había llevado, había barro y pasto afuera, cero ilusión, (ríe y enfatiza) cero ilusión patinadora. Después mi abuelo compró una casa y nos llegaban continuamente cosas y personas, me acuerdo de una tía toda quemada en la espalda, un tío que se había tirado de un cuarto piso porque lo seguían, otro tío con un balazo en la cabeza, era una especie de “enfermería mural” que teníamos con mi abuela, atendíamos a todos los que se podían y llegaban. Viví con mi abuela hasta los 14 años pues ella falleció a los 61, muy joven -queda pensativa- y luego me volví a Montevideo. Dejé todos mis compañeros de clase, mis amigos del barrio, mi casa, mi familia que era mi abuela en ese momento. Vine a Montevideo a vivir con mi madre, que ya había formado otra familia. No nos llevábamos bien, entonces yo dos por tres huía. Huía y me peleaba mucho con el esposo de ella, incluso una vez me dio una cachetada y ella siempre se ponía de su lado. Me dijo: no voy a sacrificar mi bienestar por vos. Yo era chica pero cuando cumplí los 18 o 20 años le dije: Mirá vos ya elegiste, yo tengo una vida por delante y me voy de esta casa y me fui. Me fui a vivir a una pensión en la calle Luis de la Torre y 21 de Setiembre. Ahí conocí otro mundo, otras amigas. Nos alquilamos un apartamento, estudiábamos y trabajábamos.
-Ahí empezaste Bellas Artes…
Sí, primero hice Podología, después Bellas Artes, hice Serigrafía y Joyería. El arte me interesa, pero más como estilo de vida. Saber aprovechar todas las cosas que una encuentra. Vamos a las volquetas, le decimos “San Volqueta”, encontramos y juntamos cosas que luego reciclamos. Trabajé en vidrio también, buscábamos parabrisas de autos rotos. Cada vez que veíamos un parabrisas escrachado contra un árbol era como sacarse la lotería.
Es divertida la vida, me siento muy cómoda en esta concepción del arte.
-O sea, te gusta encontrar determinados objetos, modificarlos y darles otro tipo de vida. ¿Qué es lo que buscas cuando buscas objetos?
Yo pienso, “necesito tal cosa” y a los días buscando aparece “esa cosa”. Sí nosotros le llamamos a las volquetas como un santo “San Volqueta” (ríe) ponés más atención en el objeto que necesitas y aparece. Pienso, “yo con esto haría tal cosa”, entonces me lo proveo y sin gastar. La idea es no gastar, no contaminar. Pongo los residuos secos en una bolsa, lo húmedo en el freezer, en vez de freezar comida, tengo freezada basura. La gente va a decir: esta enloqueció. Después hago compost para las plantas.
-Tenés cantidad de plantas…
Para no gastar tanta tierra también, para ir transformando, es un estilo de vida. No es solo hacer arte. Hacer un objeto y exponerlo me llena el ego, invito a un ágape, convido a mis amigos con algo y me felicitan. No… me felicito a mí misma porque, en este mundo tan consumista, tan alejado de las personas y tan poseedor, todos quieren poseer algo. Me divierto más, a veces compro cosas y las regalo, arreglo cosas y regalo.
-¿Cómo te fue con la maceta que hace unos días me comentaste que habías encontrado y te costó muchísimo subirla?
Tenía como 5 kilos de portland adentro y lo saqué a martillazos, con un taladro, ahora liberé la maceta, ya está tranquila. La voy a rellenar con tierra y cosas y voy a poner plantas aromáticas. Voy a salir un poco de estas plantas ornamentales, me gustan mucho las flores, tengo un malvón que da muchas flores, le pongo esculturitas dentro de las plantas para que estén juntos… son naturaleza.
-Quizá estés necesitando cuestiones más funcionales…
Claro, ahora tengo una maceta llena de zanahorias, no se que formas van a tener estas zanahorias y un ajo, pero voy a plantar otras cosas.
-Este apartamento es pequeño, bien distribuido y decorado. Tenés todas esas plantas en el balcón… ¿y en el piso de arriba?
Tengo esculturas que es lo que más valoro. Acá no uso televisor ni computadora, sí un teléfono que me mantiene en contacto de la realidad, pero como ando mucho en la calle la realidad la percibo y la analizo, según lo que veo. Hago autocrítica, voy y vengo.
-¿Por qué decidiste no tener televisor?
Tenía una cosa cuadrada, negra, que levantaba la vista y me cortaba la inspiración, la creatividad. Siempre tengo cosas para hacer, unos anillos para soldar, unas cadenas para hacer. Un televisor no va acá adentro; no tiene lugar. Puedo hacer muchas cosas, cocinar, coser, soldar, lijar, taladrar. No necesito un televisor…
-Contame cómo es una jornada tuya…
Me levanto 6 y 30 ó 7 porque Pancho, mi gato, se levanta a esa hora. Desayunamos y nos acostamos de nuevo, según el día. Hay días que salgo a trabajar a las 7 de la mañana y “se nos rompe la siesta“ de la mañana. Pero si salgo muy temprano a trabajar cuando vuelvo, almuerzo y duermo un ratito y después vuelvo a hacer cositas desde coser algo, ropa para arreglar para llevar a algún hogar, sin destino. Le hago algún tapabocas a alguna amiga, leo algo, converso, tengo grupos de chats que nos apoyamos en este momento y nos preguntamos si necesitamos algo, cómo anda cada una. Siempre estamos al tanto de que estemos todos bien ya que no nos podemos ver. Todas las noches es importante acostarme sabiendo que los que conozco pasaron el día, hoy es un día a día. Estar en contacto con mi universo, con mi grupo de pares e impares de alguna manera. Me gusta mucho la generación joven, la sub 30, porque los veo con muchas ganas y con mucha ingenuidad. Y ellos me aceptan y muchas veces han venido a decirme: “me acordé de vos”, cuando tienen un problema con los padres, cuando las cosas no salen como quieren. Trato de avisarles que la vida por más que uno tenga familia de sangre a veces no hay que apoyarse tanto en eso. “La sangre” no es tan importante para algunas cuestiones. Una va haciendo su familia como quiere. A veces es difícil desconfiar de un padre de una madre o un hermano pero las mayores desilusiones también te las da la familia , como te puede dar las mejores alegrías.
-Los contrastes…
Sí. Te hacen crecer pero llegas a emociones profundas, desilusiones y está bueno porque a través de las emociones se conoce lo más importante
-Tenés algún deseo, algún sueño…
Jubilarme (se ríe a carcajadas) yo vivo para jubilarme, para celebrar. Me imagino sabia, alegre, feliz y voy a estar “pum para arriba”, no se si será así. Ahora me siento muy bien pero no tengo bienes importantes ni nada, pero yo por mi trabajo frecuento gente con mucho dinero, los otros días un señor me dijo: “el dinero no hace la felicidad pero ayuda”, y no le quise contestar que te alarga la agonía -por lo menos en su caso-, porque me pareció cruel. Pero veo a tanta gente de 80, 90 años que hace 10 está en un geriátrico, porque tiene dinero para pagarlo, pero capaz con menos dinero ya se hubiera sacado esa agonía de encima.
-¿Partís de una concepción piadosa?
Tener dinero para estar sentado, duro frente al mar, sin poder hacer nada sin poder caminar dependiendo de todos. Ahí te das cuenta que la plata no te sirve y sin embargo ellos están confiados que la vida que tienen está buena. Es horrible la vida que tienen…
-Vos crees mucho en la amistad, esa es tu verdadera familia…
Sí, tengo amigas mayores, casi todas son mayores que yo, he encontrado guías en ellas. Soy como “bipolar”, me gustan los jóvenes y la gente mayor. Tengo también un grupo de amigas que son de mi edad, pero tienen conflictos que yo no tengo. Nunca quise casarme, nunca quise tener hijos. Ahora están todas quejándose: ¿qué hago con mis hijos, con el zoom…? tienen cuestiones materiales pero…
-Gozas de una perfecta autonomía podría decirse…
Si trabajas 12 horas, metés a un niño o niña en un colegio, en un doble horario. No es hacerse cargo, es delegar, por lo menos para mí. Realmente tengo la vida que elegí, muy conforme, muy tranquila. A mí me gusta mi metro cuadrado y acá me siento tranquila…
-Sin embargo en algunas conversaciones por chat que hemos tenido a vos te interesa mucho lo colectivo, lo social, que la gente esté lo mejor posible y que tenga condiciones de vida digna…
Yo no soy antisocial, soy asocial que es otra cosa, ésta también -se refiere a su vivienda- es mi pequeña sociedad, es mi hábitat, no viene gente. Sos casi una privilegiada!. Viene solo mi amigo Salvador, Eric, algunos que vienen con ellos o Marianita una amiga. Acá vivimos Panchito y yo. Este es mi mundo y lo preservo. Eso no significa que no esté atenta al mundo exterior, a la sociedad.
Sí, por supuesto que me interesa las personas. Recibo anuncios… “se necesita aceite, harina en las Bóvedas”, allá voy con lo que puedo. Cuando voy a trabajar con gente que está económicamente bien y sé que se necesitan cosas, les pido y me responden: “llevate esto”. Yo cargo a veces con valijas con ruedas en el ómnibus o con mochilas o bolsas y vengo hasta mi casa, pongo todo en un carro y lo llevo. Un día la señora de las Bóvedas me dijo: “si necesitas algo, vení” -se ríe- . Yo tenía más cara de “desgraciada” que los que iban ahí. Pero tenía esa necesidad de llegar, una urgencia, un dolor, porque era gente que iba a recibir una merienda en una botella de coca cola de litro y medio de leche con cocoa y tortas fritas, capaz para toda la familia. En un invierno de un día frío frío frío y horrible, yo estaba congelada, muy abrigada, sin embargo no podía quedarme en mi casa sabiendo que capaz ese litro de aceite o harina que servían y fui, a pesar del clima…
-¿Qué te hizo esta pandemia, qué nos hizo?
Nos hizo crueles. Pienso en los artistas callejeros, que tienen esa grandeza de subir a los ómnibus a cantar por una moneda…pero a veces siento que hay demasiada miseria, sacó toda la miseria que había afuera. De todo tipo, ir a un lugar y que la persona no se quiera poner el tapabocas o en el ómnibus mismo, van “con la nariz afuera“, yo pienso: “la próxima generación que nazca sin nariz, porque no saben dónde la tienen”. Pareciera que no les importa el de al lado.
-¿Hay una disminución en el valor del prójimo ?
Los valores, el otro es el otro y a veces no importa nada y yo soy yo…no es así. Yo veo mucha gente violenta, violencia con los niños y niñas Yo no tuve hijos pero el hijo del otro también es un poco hijo mío. Es como empezar a pensar en un mundo más grande y ese “quedate en casa“ agudizó situaciones de violencia que ya estaban sucediendo, y eso es muy triste , porque se da en todas las clases sociales.
-¿Ves alguna cuestión esperanzadora en todo esto que me contás?
Que también esta pandemia liberó mucho, muchos divorcios, la gente se replanteó la vida también. Ya se vio que uno solo no se salva y mal acompañado tampoco –sonríe-.
Entonces empezamos “al pan pan y al vino vino”, porque mañana te cae el bicho y morís por una escupida. Es insólito que con la cantidad de aire que hay te mueras por falta de oxígeno, es como el momentismo absoluto. Viví ahora, cuídate, hacé todo lo que tengas que hacer porque mañana es mañana. Aceleró trámites buenos y malos y procesos también. El que vivía por la mirada del otro se dio cuenta que si él no es feliz por él, nadie le va a garantizar nada.
-¿Después de la pandemia vas a seguir con esta vida de artista, de recolección de objetos, de transformación de los mismos, de trueques y canjes?
A mi mayormente la pandemia no me cambió, porque vivo sola. Para mi es más fácil que para los demás, no tuve que acostumbrarme a estar sola. Sí, después de la pandemia voy a seguir así, cuidando al otro, cuidándome, colaborando y tratando de dar una mano al que tengo al lado, porque pienso en mis vecinos. Son mis primeros familiares, yo considero eso. Desde que nos mudamos solas con mis amigas que éramos 4 chicas nos presentábamos a todos los vecinos: “somos fulanas y vivimos acá”, como diciendo: nosotras vivimos solas en este apartamento y quizás ustedes necesiten algo de nosotras y estamos a la orden y con una suerte de reciprocidad. Ayer, por ejemplo, fui a visitar a mi vecina que no la conocía. Uno se puede desmayar, necesitar algo, o invitar a su cumpleaños porque es su vecina, trata de llevarse bien. Me pidió una cinta aisladora y le dije: “tengo un taladro y una lijadora”.
No busco la perfección en el arte, también es catártico, si vengo con estrés agarro unas pinturas y me pongo a pintar hasta que quedo agotada. Igual pinto sin ton ni son, es raro pero es una manera de entender y sentir la vida. Lo importante es sentir la adrenalina, largo al universo que se arme y se desarme como pueda, todo es energía pero también pragmatismo. Todo tiene que ver con todo.
-Escuchándote, me alegro de ser tu vecina… en este barrio que últimamente ha cambiado. ¿Cómo ves actualmente a la Ciudad Vieja?
Está jodida, mucha pasta base, pero parecería que no hay un orden social de eliminar la droga. Ya está como muy consensuado en el ámbito de ciudad vieja las bocas de pasta base que se corren de un lugar a otro, la policía, los consumidores. El otro día un señor me pidió para una bolsa de leche y yo pelotuda pensé: “le voy a comprar un colet porque tiene pajita para tomar” y el almacenero me advierte: “no se lo compre, se lo vende igual a otro almacenero para comprar droga, es creer o no creer.” Al final le regalé un bizcocho…
Cuando Cecilia me despidió me fui gratamente sorprendida porque además de su calidez, recibí su hospitalidad en la cual degusté té y galletitas, servido al “estilo inglés”. Me fui cargada de obsequios: vino, humus y enseñanzas. Todavía tengo en mi mirada la armonía de ese apartamento ecléctico en el que se podía distinguir desde la famosa estatuilla “Kwan Yin”, el símbolo judío Menorah así como la mano de Fátima.
Comprobé el valor de la buena vecindad, prácticas sociales tan olvidadas como necesarias. Esta situación sanitaria nos obligaría a replantear la posibilidad de retomarlas, así como Cecilia entiende al arte como un estilo de vida: códigos y valores que nos permitan atender las vulnerabilidades, las nuestras y las ajenas que no lo son tanto, si practicamos el real concepto de vivir en sociedad.