Mulata vagaba por la estancia tratando de ver cuán ordenado estaba el jardín, sabía que dentro de una hora se levantaba la patrona. Había que acomodar los galgos para que no entraran en la piscina vacía, hablar con el peón Manuel para pedirle mandados y regar varios arbustos porque hacía tiempo venia brava la sequía.

Eduardo se había levantado enojado como siempre y pedía el desayuno. Me cago en este guacho murmuró Mulata, apresurándose a entrar a la casa. Armó leche tibia con pan y dulce de leche y dejó todo sobre la mesa del comedor. Eduardo y ella se tenían una rabia casi escondida pero a veces ella la disimulaba. Se llevaban pocos años, sin embargo, el mayor de los hermanos actuaba como que el mundo le debía a él. No importa qué, así era y actuaba y Mulata no iba a ser la excepción.

Entró el viejo Teodoro, comentando a viva voz el precio de las ovejas Corriedale y la futura parición; ella hizo como que no escuchaba y se encerró en su cuarto, quería ver si terminaba de darle forma a la carta que tenía ya pensada en su cabeza. Pero no podía, no le salía nada de tanta cosa que quería decirle a Tata Ignacio.Tenía doce años y la habían” dado” a esa familia casi a los cuatro, no se acordaba de su mamá, de sus hermanos y hermanas ni de su casa, pero sí de su Tata. Ignacio jamás lo hubiera permitido, jamás hubiera permitido que la llevaran a esa estancia, le cambiaran el nombre, le cortaran el pelo, para sacarle piojos dijeron, y la destinaran casi a la servidumbre.

En esta casa, en la hacienda, algunos de la familia la trataban bien pero no era suficiente, ella extrañaba los olores de sus hermanos y hermanas, un petiso de verdad que era pura pinta y un gato marrón que tuvo. De su mamá ya no se acordaba, papá nunca tuvo.

Salió del cuarto, se puso un delantal y empezó a hacer las tareas casi de memoria, despertó a los otros dos gurises, Beatriz y Gustavo, a ellos no les hacía el desayuno, los ayudaba a vestirse y también jugaban un rato. Luego iba al corral a recoger huevos de las gallinas ponedoras y regresaba a la casa para tender camas de todos los cuartos.

Ahí se acordó nuevamente de la carta, tenía que escribirla y hacer que Manuel la llevara. Sabía perfectamente donde mandarla, de la tranquera había que caminar unos kilómetros y después seguir y seguir, pero en camioneta. Regresó a su cuarto y con su letra menuda y desprolija comenzó la carta y la terminó con su firma; Lucía.

El papel era de estraza, de esos que servían para envolver cosas. Fue a buscar al peón que era casi su único confidente. Manuel corrió presuroso a su encuentro; cómo le gustaba Mulata, ahí justo cerca de la piscina, Lucía le entregó la carta bien doblada.

Manuel escuchó y escuchó y recibió la carta.

Cuando Lucía regresó al interior de la casa, Manuel desdobló el papel y leyó : Tata, vení a buscarme. Lucía.

Tiró el papel bien arrugado al tacho grande de basuras y pensó, cómo le gustaba Mulata.